Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande. (Mateo 5:11-12)
El hedonismo cristiano indica que, para el cristiano, hay distintas formas de regocijarse en el sufrimiento. Todas son como expresiones de la gracia de Dios que todo lo satisface y en todo es suficiente.
Una forma de regocijarnos en el sufrimiento es fijar nuestra mirada en la grandeza de la recompensa que obtendremos en la resurrección. El resultado de este tipo de enfoque es que nuestra aflicción presente se vuelve pequeña en comparación con lo que ha de venir: «Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Romanos 8:18; ver 2 Corintios 4:16-18). Regocijarnos al pensar en nuestra recompensa no solo hace que el sufrimiento sea tolerable, sino que también hace que el amor sea posible.
«Amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande» (Lucas 6:35). Sea generoso con los pobres y, como dice Lucas 14:14: «serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos».
Otra forma de regocijarse en el sufrimiento es sufrir con la convicción de la esperanza. El gozo en las aflicciones está arraigado a la esperanza de la resurrección, pero nuestra experiencia en el sufrimiento también hace crecer la raíz de esa esperanza.
Por ejemplo, Pablo dice: «Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza» (Romanos 5:3-4).
En este pasaje, el gozo de Pablo no se basa simplemente en la gran recompensa, sino en los efectos que el sufrimiento produce al consolidar su esperanza en esa recompensa. Las aflicciones producen paciencia, y la paciencia, una sensación de que nuestra fe es real y genuina, y eso fortalece nuestra esperanza de que en verdad ganaremos a Cristo.
Devocional tomado del libro “Deseando a Dios», páginas 283-284